viernes, 7 de septiembre de 2012

*En algún lugar del bosque de ninfas


Hacía frío, el bosque se había vuelto terriblemente húmedo en los últimos tiempos y el crudo invierno que estaba atravesando todo el continente no la ayudaba para nada a mantener su temperatura corporal. Oyó un ruido y se encaramó contra el árbol a su espalda, mimetizándose inmediatamente con él. Permaneció totalmente quieta esperando a que quien fuera que hubiese  perturbado el silencio reinante en el bosque se mostrara.

“Malditos Visine” pensó la ninfa “ya no podemos ni pasearnos entre nuestros árboles tranquilamente.”
Aquel no era, ni mucho menos, el primer pensamiento negativo que les dedicaba Rayne, ella había odiado la guerra desde el principio, no entendía cómo un niño tan pequeño podía haber causado tantos problemas ni tampoco qué era lo que había visto un elfo en una humana. Por la arboleda era algo común y aceptado ver a elfos relacionándose con ninfas, pues a pesar de no ser especies compatibles genéticamente, ambos de consideraban superiores a criaturas como los humanos o los enanos. Tanto para las ninfas como para los elfos había sido una sorpresa descubrir que uno de los primeros estaba enamorado de una humana y no sólo eso, sino que ella estaba embarazada. Ese último hecho era el que más había incomodado a  las ninfas y, aunque nunca lo admitirían, la principal razón que les había llevado directas a una guerra contras los humanos…estaban celosas.
Se oyó otro crujido, esta vez Rayden estuvo segura de que no había sido ningún animal, nada que habitara en el bosque de ninfas hubiera cometido el fatal error de emitir más que un murmullo. La ninfa se asomó por un lado del árbol, sin llegar a salir del todo de su escondite. Efectivamente, no se había equivocado, allí se encontraba nada más y nada menos que un humano. El odio corrió por las venas de Rayden, la rabia se marcó en las venas de su cuello, intentó controlarse, pero fue inútil. Normalmente hubiera desaparecido rápidamente e informado de la presencia de humanos en el bosque y vuelto con un ejército de su gente, quizás algún elfo que estuviera tonteando por allí se hubiese apuntado a la batalla…pero Rayden sabía muy bien que aquel intruso estaba solo. Sacó el arco prendido a su espalda y una flecha de su carcaj, hubiera usado un ataque mágico en caso de tratarse de cualquier otra criatura, pero con un humano no merecía la pena emplear medios tan sofisticados. Se colocó en posición y apuntó, estuvo a punto de soltar la flecha, pero apenas un segundo antes el humano se desplomó. Su primer impulso fue esconderse tras el árbol y comprobar los sonidos del bosque, esperó quieta unos segundos pero los murmullos más cercanos eran de animales a doscientos metros, estaba sola con aquel humano como había pensado en un principio.

“¿Y esta es la raza que pretende hacer frente a los elfos? Ni siquiera ha podido mantenerse en pie” Se acercó con cuidado al cuerpo tendido sobre el suelo, sin dejar de apuntarlo con su flecha. El pobre desgraciado había caído bocabajo, no era tan alto como los elfos, pero sí algo más que los de su propia especie, Rayden se encontró a sí misma admirando la longitud y curvatura de su cabello.

“¿Pero qué haces?” se  reprochó a sí misma, “puede que esté inconsciente, pero sigue siendo una amenaza que esté en el bosque, acaba con él” pero no se dispuso a ello inmediatamente, primero decidió darle la vuelta y ver su rostro, tenía un gran corte en la garganta, que sangraba torrencialmente, a aquel humano no le quedaba mucho hiciera lo que hiciese la ninfa, probablemente se había desmayado por la pérdida de sangre. Rayden se agachó y le observó más de cerca para comprobar algo que brillaba en su cuello, manchado con su propia sangre, era un collar. Rayden, al igual que todas las ninfas, era una criatura curiosa y sabía que ese tipo de accesorios eran más propios de las mujeres que de los hombres humanos, sobre todo aquellos como ese que tenía piedras preciosas y estaba hecho de un metal muy fino.

“Seguramente pertenezca a una de las hembras de su especie: su madre, su hermana, su compañera o…” paró inmediatamente esa línea de pensamiento pero no pudo impedir que la imagen de ese hombre que un precioso y pequeño bebé en brazos se le grabara a fuego en la mente “…o su hija” pensó que el odio se apoderaría de ella de nuevo, pero en su lugar apareció la tristeza, ya no le quedaba adrenalina suficiente en el cuerpo para sentir rabia hacia el moribundo y menos aún hacia su especie, ya estaba más que cansada de esta guerra.
Un agarrón la sacó de su ensoñación, el humano la había sorprendido desprevenida y la había agarrado de la muñeca

“Sss…salva”  murmuró, la ninfa no perdió un segundo y le apuntó de nuevo, aún con la mano del humano fuertemente adherida a la muñeca “salva a…mi gente.”

Aquello sorprendió a la criatura, no era habitual que los humanos suplicaran clemencia, algo que internamente Rayden siempre había agradecido, la mayoría se dedicaban a asumir su derrota y morir…otros incluso luchaban incluso cuando sabían que iban a morir. Sin embargo, aquel humano no sólo estaba pidiendo clemencia por su vida, sino por su raza.

“¿Entras en el bosque de las ninfas, pisas nuestro suelo sagrado y encima pretendes que salve a los humanos? Dame tan sólo una razón por la que no debiera asesinar a todos y cada uno de los tuyos si tuviera oportunidad”
El hombre estaba en las últimas, pero aún así se las arregló para atraer a la ninfa hacia sí y decir:

“Los niños…ellos..ellos no se merecen vivir esta guerra” le dijo, mirándola fijamente a los ojos. El humano había dado en el clavo, aquello era lo único que podía haber dicho que no hiciera que la ninfa disparara la flecha.

“No, no lo merecen…pero ha sido precisamente por un niño por lo que todo esto ha empezado…y si hoy continúa es porque los dioses se niegan a escuchar nuestras plegarias, ¿por qué una raza como la vuestra puede tener descendencia y nosotras tenemos que nacer de los árboles, los ríos y las montañas de este bosque? Sin pasado, sin ayuda…es injusto”

Le había confesado a un humano sus más profundas penas, aquello que jamás había hablado con nadie, lo que toda ninfa debía intentar esconder porque era su único punto débil.

“Incluso las ninfas tenéis un pasado” dijo el hombre, su voz no era más que un murmullo, se quitó el collar y se lo puso en la mano que hasta ahora había estado aferrando “busca en los asentamientos humanos al Este…en nuestra capital, Romilen, ahí hallarás las respuestas a las preguntas que te atormentan”

“¿Por qué me dices esto? Sólo pretendes llevarme a una muerte segura lejos de estos bosques”

“A cambio del secreto de tu pasado…a cambio sólo pido que garantices el futuro de mi gente” Y tras esto, el hombre murió.

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